En aquella mañana el sol había salido con fuerza, y el calor empezaba a apretar. Numerosas personas se movían de un lugar para otro, pero nada resultaba extraño. Todo ocurría como en un día cualquiera; las mismas caras, las mismas conversaciones, el mismo olor… “Una mañana más”, pensaba en mi camino hacia el pozo, donde debía sacar agua para todo el día. Pero una frase y una mirada hicieron que toda la rutina cambiara.
Allí estaba Él, sentado junto al brocal. Sus ojos se cruzaron con los míos y solo bastaron unas palabras: “Mujer, dame de beber”.
Sí, aquellas palabras me tambalearon. No necesité más, me rendí ante ese corazón de Dios mendigando un amor humano.
El pasado fin de semana, un grupo de jóvenes de la diócesis nos unimos en el Centenillo con una misma inquietud: buscar el rostro de Dios. Con este objetivo fuimos convocados a este retiro de cuaresma, pero fuimos conscientes de algo fantástico; en ese ponerse en búsqueda descubríamos ya a un Jesús ansioso por encontrarse con cada uno de nosotros. ¡Fascinante!
Fueron días de descanso, desconexión y compartir el regalo más grande que se nos ha hecho: la fe. Por suerte el tiempo nos acompañó y pudimos disfrutar del entorno maravilloso que rodea aquella casa, paseando, tomando el sol o contemplando.
Uno de los momentos más importantes en estos días fue el compartir tras la tarde de desierto. Es siempre enriquecedor descubrir el paso de Dios en la vida de otros.
Me sentí totalmente afortunada por aquella oportunidad.
A.R.P.
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