Queridos hermanos y amigos,

Sólo hay una cosa segura y verdadera en esta vida, y es el amor que todo lo sostiene. Es lo único que nos da plenitud y sentido en medio de tantas pruebas y vicisitudes. Lo experimentamos por ejemplo en la familia; cuando las cosas no salen como esperamos o el dolor se hace presente recordando nuestra vulnerabilidad, al final sólo es el amor el que nos hace caminar con esperanza, manteniendo encendida la antorcha de la Fe que nos dispone a la lucha infatigable de la existencia…

Una antigua y nueva realidad de dolor, enfermedad y muerte pone a prueba nuestra humanidad, nos recuerda que nadie es inmune al sufrimiento. Y mientras tanto, los cristianos nos preparamos para celebrar la Pascua, que significa “el paso del Señor” por nuestras vidas.

Cada Semana Santa Celebramos el triunfo del Amor de Dios sobre las tinieblas del mal, el pecado y la muerte. Cada Pascua actualizamos en nuestra vida el Misterio Redentor de Cristo, acogiendo la ofrenda eterna de su Cuerpo en la Cruz y su Victoriosa Resurrección. Y esto no es un mero recuerdo de su paso salvador, sino la renovación de su Gracia salvadora en nuestras personas. Y he aquí que no podemos ceder el paso a la desolación o a la apatía en esta semana grande de nuestra fe, ya que lo que hace grande a esta Semana, no es lo que nosotros podemos o no hacer, sino lo que el Señor renueva en cada uno de nosotros: Su incondicional y eterno amor.

Este Amor de Cristo nos dignifica con su perdón, nos reubica con misericordia en la verdad de nuestra condición humana, y nos posibilita una fraternidad que no es causa de una mera solidaridad sino la consecuencia de vivirse y sentirse como hijos de un mismo Padre, que compartimos una casa común y llamados a un mismo destino; La Vida en Cristo ahora y siempre.

Por tanto no hay Semana Santa cancelada ni ausente, porque el Amor que el Señor nos tiene no se puede aplazar ni cancelar, “nadie ni nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Y aunque vivimos con desconfianza estos días y circunstancias tan complejas y difíciles, quizás sean ocasión para celebrar una Semana santa diferente, con el corazón puesto en la sobriedad de lo esencial, con la mirada puesta en el crucificado, y sintiendo la comunión con toda la Iglesia.

Es un momento para recordar que la Iglesia está formada por piedras vivas, cada uno de nosotros que entramos en la construcción de una humanidad nueva bajo la Corona de Cristo, y que llamamos Reino de Dios, y que contagia al mundo de amor y esperanza.

¿Cómo podemos vivir estos días santos desde nuestra Iglesia doméstica? Por supuesto nunca desde la añoranza paralizante, ni desde la indiferencia a la que falta compromiso, ni desde el pesimismo derrotista, sino desde un amor grande lleno de alegría pascual:

  • Recibamos a Cristo que entra en Domingo de Ramos en servicio humilde y silencioso , y recibámoslo en aquellos que recorren nuestros pueblos procurando la seguridad, la paz, y la protección de los más indefensos.
  • Acompañemos a Cristo en el Jueves Santo haciendo presente el Amor fraterno con gestos pequeños y sencillos, pero que siempre nos engrandecen a los ojos de Dios. Recordemos ese día con agradecimiento el Don de la Eucaristía con un mayor deseo de recibirlo, y confesando que solo hay un alimento que sostiene y alimenta nuestro andar peregrino. Y no olvidemos con nuestra oración a nuestros sacerdotes, que fueron constituidos en el servicio del pueblo santo de Dios, y que desde las “redes del apostolado” no han cesado de ofrecer el Santo Sacrificio para bien de toda la Iglesia.
  • Recorramos los pasos de Jesús con el Santo Viacrucis, en el que podemos contemplar tantas estaciones como hermanos nuestros hoy se abrazan a la cruz de su dolor poniendo sus ojos fijos en Jesús, que por nosotros la llevó primero.
  • Hagamos silencio de Sábado Santo recordando a las víctimas, y a aquellos que sienten la ausencia de sus seres queridos, pero en la espera de que la muerte no es el final. Dejémonos acompañar por María que al pie de la cruz nos enseña a confiar y esperar.
  • Y ante todo vivamos gozosos la Pascua de Resurrección, que celebrada en familia nos unimos al grito de esperanza de toda la Iglesia Familia Universal. La esperanza de que el amor todo lo puede, todo lo espera, todo lo transforma; porque esta esperanza tiene un Nombre: Cristo, Vivo y Resucitado.

Juan Carlos Córdoba Ramos

Delegado Episcopal de Juventud y Vocaciones de la Diócesis de Jaén.